ARTE SANTANDER: "The Family Project"
Matías Costa

Del 20 al 24 de Julio de 2011

Ciertas cosas tienen como un don de regresar, inesperada e insospechadamente, tras un larguísimo período de ausencia
Los Emigrados, W.G.Sebald

Me embarco en este proyecto como quien va abriendo muñecas rusas y siempre encuentra otra en su interior. Trato de saber quién soy preguntándome de dónde vengo; un recorrido a la deriva por la geografía de la que procedo. Necesito provocar este naufragio intencionado para perderme en el tiempo y bucear dentro, desandando los pasos que me llevaron al lugar donde ahora estoy. Me interesa la idea del naufragio. Perdido en la inmensidad de un océano, sin rumbo. Eso me acerca a una noción de incertidumbre, me ayuda a hacer preguntas. Mi familia es un contenedor de ausencias. Cien años de migraciones y desafectos han hecho de la historia familiar una historia de desarraigo y soledad. Me doy cuenta de que estamos hechos de otros. Somos depositarios de acciones y emociones no resueltas que, generación tras generación, se han ido apilando en el inconsciente colectivo de nuestro grupo familiar. ¿Puede uno guardar un recuerdo de algoque no ha vivido? ¿Se pueden borrar los recuerdos como si nada hubiera pasado? A mí me ocurre. Voy retirando capas de mi memoria quebradiza y ya en la superficie comienzan a emerger las vidas de mis antepasados. Como enterrados vivos que quieren salir y contar su historia a través de lo que a mí me ocurre.
Las heridas abiertas siempre vuelven a supurar. Una y otra vez. Esta única certeza me empujó a iniciar el proyecto. Descubrí que la memoria tiende trampas. Empecé a sospechar que ciertas cosas que a uno le ocurren vienen condicionadas por una memoria ancestral que pasa de padres a hijos, de abuelos a nietos, de hermano a hermano. De este modo comencé a construir el baúl de mi memoria familiar. Destapé un avispero de historias difíciles, algunas muy duras y casi todas inacabadas, abandonadas moribundas a la deriva, mientras sus protagonistas huían desesperadamente hacia otro lugar.
He recopilado miles de imágenes del archivo familiar. He visitado instituciones haciendo labores de investigación en documentos de más de cien años de antigüedad que se me deshacían en las manos. He realizado decenas de entrevistas tratando de averiguar cómo fueron las cosas. He vuelto allí donde tuvieron lugar algunas de estas historias y he fotografiado como si pudiera registrar el dolor que quedó adherido a las paredes y los caminos. Pero ninguno de estos registros me da una respuesta. Al contrario, cada uno es una pregunta más, es otra muñeca rusa por abrir. Me voy convenciendo de que finalmente la historia de uno no es más que un círculo errático y caprichoso, algo por definición inabarcable a lo que tratamos de encontrar sentido, a veces mirando hacia atrás y otras hacia adelante.
El resultado formal es algo confuso, inacabado, con infinitas interconexiones. Es la punta de un iceberg que se hunde en las profundidades abismales de la memoria. Lo que ahora muestro es la cicatriz aún sin cerrar de múltiples heridas. La apariencia de lo inaprensible, un cúmulo de fracturas, una fracción, una huella en un camino que se diluye. Lo que cuento no es la historia, sino la imposibilidad de una sola historia. Es el caos de memoria, sin principio ni final. El laberinto de las muñecas rusas.

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